Uno + Uno = UNO

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En un cántico de Efesios que se hace en las vísperas, dice algo muy hermoso: “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos consagrados e irreprochables ante Él por el Amor” (Ef 1, 3-10).

Desde antes de ser engendrados; aún más, desde antes de la creación del mundo, el Señor nos había elegido y nos había consagrado al Amor. A Su Amor.

Ya había proyectado para nosotros un plan de vida: Amor. Pues el Amor lo es todo. Y ¿cómo definir el Amor? ¿Qué es el Amor? El Amor es. No podemos decir más. Definirlo con una palabra sería limitar a Aquél que es ilimitado, encerrar Aquél que es libertad, oscurecer Aquél que es Luz, secar Aquél que es fuente de Agua Viva, callar Aquél que es Palabra, matar Aquél que es Vida eterna. El Amor es. Punto.

¿Qué más se puede decir? Nada. Hablar del Amor es ilógico, vacío, insuficiente. La única forma de manifestarlo es siendo Amor. No se puede decir nada, pues no se puede agregar nada a quien es la Palabra. Palabra del Padre. Palabra de Amor. 

Y nosotros debemos ser con ese Amor. Hacernos uno con Él. Porque para ser con Él, debemos unirnos, sumergirnos, perdernos en la totalidad del Amor para encontrarnos en ese mismo Amor. Para ser el Amor, debo dejar de ser yo y empezar a ser Él.

San Pablo lo menciona en sus cartas: “Cristo es la cabeza y nosotros el cuerpo.” Sin el cuerpo, la cabeza no lograría vivir. Sin la cabeza, el cuerpo estaría muerto.  Uno tiene necesidad del otro. Se necesitan ambas partes para conformar un solo cuerpo.

Perderme en Él y dejar de ser yo; no significa no hacer nada, no poner nada de mi parte o cruzarme de brazos. De hecho, esto quiere decir todo lo contrario: entregar todo lo que soy, todo lo que tengo, cumplir mi parte, mi función, hacer lo que me corresponda desde la parte del cuerpo que Dios me llama a ser.

Lo importante es recordar y entender que, sea cual sea mi parte, mi misión… debo desempeñarla siempre con, por, para y en el Amor.

Ser parte del Amor, es decir, del Cuerpo de Cristo, significa participar con Él de todo y en todo; pues lo que la cabeza ama no puede rechazarlo el cuerpo, lo que la cabeza sufre no puede no sentirlo el cuerpo, lo que la cabeza desea no puede ignorarlo el cuerpo, lo que la cabeza entrega no puede retenerlo el cuerpo; pues conforman una unidad, no sólo física, sino, más allá de esto, es unión espiritual, emocional, psicológica, mental, total.

Así es como debe ser igualmente la unión entre dos personas que se aman. Dos esposos, por ejemplo.  Un matrimonio, dos personas unidas por el Amor, dejan de ser dos, para hacerse uno, unidos ambos al cuerpo de Cristo. Ambos, formando un solo cuerpo, forman parte del único cuerpo de Cristo.

El Amor, en cada cristiano –y de vital importancia en el matrimonio- debe ser una entrega total y sublime de uno en y para el otro. Doy mi todo al otro, para dejar de ser “yo” y crear juntos un “nosotros”. Me hago don para el otro. Mi “yo” encuentra su complemento en un “vos”, creando esa unidad perfecta construida y enlazada para siempre sobre el Amor.

Ya no puedo pensar de forma egoísta, por mi cuenta, pensamos en conjunto. Ya no puedo luchar por mi cuenta, luchamos juntos. Ya no puedo buscar por mi lado. Buscamos juntos, reímos juntos, lloramos juntos, caminamos juntos, construimos juntos.

Miramos hacia el mismo horizonte. Anhelamos la misma cima, entramos juntos al Paraíso, ganamos la misma corona de Gloria. El Amor, en el matrimonio, es y debe ser, un testigo fiel de esa unión que todo cristiano debe tener con Cristo. El cuerpo con la cabeza. Uno y el otro juntos. Dos que se encuentran y se unen en un punto medio: ese es Cristo Jesús.

Cuando dos seres que se aman, se unen en santo matrimonio, bajo la amorosa bendición del Padre (en el sacerdote; es decir el sacerdote debe ser reflejo puro y transparente del Amor del Padre), y se hacen un único cuerpo; su corazón debe ser Cristo que es el Amor.

Deben comprender que ambos tienen por obligación –que se vuelve más bien servicio gratuito, misión deseada y anhelada- desear la santidad y perfección del otro desde el Amor. En su corazón debe arder la misma llama del Amor. Entre más nos entregamos al otro, más arde en nosotros el fuego del Amor, pues la llama crece cuando se comparte y, por lo tanto, más podrá iluminar nuestra vida la oscuridad de otros.

Ahora, imagináte una pareja que se hacen un solo cuerpo y corazón desde el Amor que arde, ¿cuánto pueden iluminar? Dos corazones que arden, y se hacen uno… El Amor entre más se entrega, más se enriquece y aumenta.

“Negáte a vos mismo” (Lc 9, 23). El mejor consejo que nos pudo dar Jesús fue éste. El Amor surge de esa negación. De ese darme por completo, morir por Amor al otro. En la unión de dos que se aman, se realiza -bajo el sacramento del matrimonio- justamente esto: cada uno se niega a sí mismo, muere a sí, para hacerse, junto al ser amado, un nuevo ser. Uno sólo. Una sola carne.

Cristo se une a su Iglesia como el hombre que ama, se entrega todo a su amada.

Es la analogía más perfecta y santa que tenemos de ese Amor que tiene Cristo por su amada Iglesia. El Señor se da todo, hasta la vida misma, para dar Amor y Vida a su amada.

Y esa unión entre el hombre y la mujer manifiesta, desde la pureza del Amor que da Dios, la comunión del Señor con todos nosotros: Uno sólo, para siempre nuestro, y nosotros de Él. De ese Amor que nos amó primero (I Jn 4, 19).

Acerca de chrismadriz

Cuando miro hacia atrás y veo la estela de experiencias que me ha dejado esta vida, y me veo hoy frente al espejo, con ese brillo extraño en los ojos que no viene de mí, sino del Amor que Dios me tiene... tiemblo, de saber que a pesar de mis heridas y caídas, Dios me amó primero... Soy solamente un simple secretario, un corazón que ama y siente, unas manos que se mueven según la voluntad de Dios... sin Él, no habría nada de mí...
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